Por FRANCISCO VILLARROEL
(
Artishok, Revista de Arte Contemporáneo/enero 15) Hace unos días se dieron a conocer los resultados oficiales de los
Fondos de Cultura chilenos, entre éstos
Fondart, repitiéndose aparentemente la tónica de todos los años: su publicación corresponde a uno de los anuncios más esperados por creadores, investigadores y gestores de distintas áreas culturales. Y, también como todos los años, nuevamente este anuncio no estuvo exento de polémicas ácidas que activan el descontento del sector. Algunos ganan, otros pierden, y la lotería artística es repartida con un sabor amargo.
Miles de palabras se han escrito sobre los aclamados Fondart, la gran mayoría experimentando naufragios en las redes sociales y los sitios de internet. En primera instancia, podemos reconocer que existe una suerte de consenso generalizado sobre una premisa categórica: los Fondos de Cultura tienen algo enfermizo que requiere, con urgencia, ser corregido. El diagnóstico suele poseer matices, pero la gran mayoría de estas voces evidencian lo agotado que se encuentra el instrumento de fomento. Sus apoyos se han materializado en tendencias hacia la
proyectología de corto plazo, esto es, la articulación de proyectos de duración breve y con pocas capacidades de continuidad, con lo cual los frutos rendidos por este fomento son especialmente frágiles. Pero más que ello, la eventualidad de la entrega de resultados arroja polémicas sobre el tipo de beneficiados y sus estrategias de producción de capital cultural.
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